martes, 24 de febrero de 2015

Tiempo Argentino

Entrevista a Ariel Bermani para Tiempo Argentino, por Juan Pablo Cinelli.
Acá les dejamos el link, o pueden leerla a continuacón:

LIBROS - "Furgón", de Ariel Bermani: Viajar en tren como quien viaja en el tiempo

Como en una escena de teatro minimalista o una película de bajo presupuesto, todo ocurre en un único escenario. Tal vez un par de escenas aisladas tengan lugar en exteriores, pero nada más. Es un furgón de tren en hora pico, saliendo de la estación cabecera: el relato irá avanzando a medida que la formación ferroviaria vaya completando su recorrido, yendo de una estación a la otra. Dentro del furgón los personajes se aprietan en una intimidad forzada a la que parecen resignados pero que no los incomoda.
Como ocurría en “La autopista del sur”, el cuento que marca el comienzo del libro Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar, es el atasco lo que le va dando lugar a vínculos y relaciones que nunca hubieran surgido de no mediar esa proximidad compulsiva que se produce dentro del espacio más popular del más popular de los medios de transporte.  Como si se conocieran de toda la vida –y en algunos casos realmente es así, porque hay gente que se pasa una vida entera viajando en tren-, las personas comienzan a entablar pequeñas conversaciones, que pronto se convierten en un tejido dialógico que involucra a todo el mundo. Son una comunidad cuyo destino común está acentuado por el hecho de que todos se encuentran encerrados dentro del mismo vagón, compartiendo el mismo e inalterable sentido. No hay una forma más previsible de viajar que la del ferrocarril, cuyas vías no permiten apartarse ni un palmo de la ruta por ellas prevista. ¿O no? ¿Acaso es posible que un tren que viaja hacia el sur de la ciudad, de golpe y sin aviso haga una parada en una estación distante que se encuentra hacia al oeste? ¿Qué tipo de curvatura en el espacio y en el tiempo permitiría que un viaje que debía llegar a Turdera se detenga imprevistamente en el Cielo y que ahí termine todo?
Escrita durante el año 2009, Furgón (Paisanita Editora) es la última novela publicada por el argentino Ariel Bermani, un escritor con una obra copiosa pero transitada por los márgenes de la industria editorial. “No sé si tardé mucho o poco en publicarla. Creo que fue el tiempo necesario para que la novela madurara”, dice Bermani acerca de la distancia de cinco años que separaron el proceso de escritura de la publicación. Y revela que recién pudo “volver  a ella, de a ratos, a lo largo de los años, para emparejarla, limarle las asperezas”. “De hecho le saqué la mitad: eso no lo hubiera podido hacer si no hubiera dejado pasar el tiempo. El texto se volvió ajeno, casi de otro y pude trabajarlo. Escribo rápido, pero necesito que pasen algunos años para corregir”, revela el autor. Sin embargo niega, a pesar de los inevitables vínculos que es posible hallar entre ambos hechos, que la tragedia de Once ocurrida el 22 de febrero de 2012 haya influido en su percepción de un texto que narra un viaje en tren que termina en un lugar irreal al que llaman "El Cielo". “Nunca escribo con un referente histórico condicionándome. La historia y la política se meten con nosotros, por más que pretendamos, ingenuamente, permanecer al margen. Pero no quiero que eso me condicione”, dice.
Furgón se presenta como un viaje al corazón de la clase obrera, pero bien lejos del exploitation o de la construcción que de esa misma realidad se puede tener cuando sólo se pone el foco en los prejuicios de clase, en los aspectos atemorizantes o negativos, como ocurre con la literatura (o el cine) pornosocial. “No tuve que hacer nada especial para meterme en ese mundo del furgón. Es más, la escribí en un período en que decidí volver  a vivir en el conurbano y me reencontré con el tren. Fue un período corto, pero me sirvió, entre muchas otras cosas, para escribir esta novela”, confiesa Bermani. La narración deFurgón representa una mirada cariñosa y humana sobre seres humanos para quienes el mundo tal vez no sea mucho más grande que la propia red ferroviaria de Buenos Aires. Y Ahí mismo está su origen. ”Una noche, volviendo a casa en el furgón, un tipo, en cuero y descalzo, me dijo: ‘capaz me ato un cohete para llegar al cielo’. Enseguida supe que esa frase sería el comienzo de una novela”, confiesa. 
Los personajes de Furgón se vinculan con una naturalidad que no parece mediada por los tabiques con que se auto seccionan los vínculos sociales en las clases superiores. Y Bermani los retrata con cariño. “Me gustan los personajes, sus voces, el modo en que miran, cómo se relacionan entre sí. Me gusta espiarlos. Siempre los pienso como si fueran personas que conocí y que quiero mucho. Sin demagogia, ni populismo. Pura curiosidad”, asiente. La idea construida alrededor del cómo se viaja en el transporte público (apretados, pegoteados, inevitablemente unidos) y el surgimiento de una inevitable intimidad, resulta además un juego humorístico muy eficaz. “Todos tenemos problemas parecidos y eso es lo que trato de explorar. No le busco a eso un trasfondo social, clasista o político. Por supuesto, ese trasfondo emerge y cada uno lee en eso lo que quiere. Escribo sobre la intimidad de estos personajes un poco descentrados, casi sin futuro –a veces heroicos, a veces  patéticos- porque se parecen a la gente que conozco y conocí y también se parecen a mí.”
La novela mantiene un tono más bien naturalista/ realista casi hasta su último tercio, pero de pronto realiza un giro fantástico que no sólo la resignifica, sino que también funciona como una fuerza multiplicadora del interés. “A mí me interesa el quiebre de la realidad, sobre todo, para ver qué les pasa a los personajes cuando se encuentran en ese trance. Lo que llamamos realidad es una estructura tan ambigua y compleja y tan llena de capas superpuestas que nos permite, a los que nos entretenemos haciendo ficción, meter a nuestros personajes en un tren que no va a ninguna parte”, reflexiona el autor. Bermani reconoce el vínculo afectivo que lo liga a sus criaturas. “Los conozco bien y quiero que sean felices. Y ellos, esta vez, en el furgón, establecieron un contacto natural entre sí -al menos un puñado de ellos-, y me gusta verlos así. Furgón es una novela sobre la felicidad del encuentro entre las  personas”, continua. Respecto del inesperado giro fantástico de la trama, Bermani observa que el furgón es “un vagón liberado donde la ley opera de otro modo y también en mi novela es así, pero en otra dirección”. “Necesité ver bien a mis personajes. A pesar de que, si los miramos desde los prejuicios de las clases medias y las clases altas, no los vemos bien. Pero creo que esos lazos de solidaridad no estandarizada que se establecen entre algunos de los del furgón nos humaniza.”
Una de las características más representativas de la obra de Ariel Bermani es que ha construido una obra publicando sus cuentos y novelas en editoriales nacionales y extranjeras, pero siempre muy independientes. Incluso llegó a fundar su propio sello, Conejos, con un grupo de colegas. Entonces, como ocurre con el viaje suburbano que propone en Furgón, su obra también es un viaje a la periferia, en este caso del mundo editorial. “No sé si se trata de una decisión personal, tal vez sí. Escribir me divierte, me hace feliz y ya está”, afirma para sintetizar la forma en que va construyendo su propia obra, que muy pronto tendrá un nuevo eslabón, cuando durante el mes de marzo se concrete la edición de Agua, otra novela corta como Furgón. “¿Qué pasará con lo que escribo? Imposible saberlo. Lo más probable es que siga pasando lo que pasó hasta ahora. Nada en especial. ¿Por qué publicar en editoriales chiquitas? Porque me gustan. Me gusta cómo piensan esos editores, esos escritores, que son mis amigos y que se mueven al margen del gran mercado editorial. De manera casi artesanal.  Con ellos viajo en el furgón de los trenes.”

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

viernes, 13 de febrero de 2015

Revista Aglaura

Una luminosa reseña que escribió Daniel Gigena para la revista digital Aglaura: http://www.revistaaglaura.com/#!resea32-de-furgon/ckvb

RESEÑA DE FURGÓN
  
Por Daniel Gigena


                                                         Furgón
                                                         Ariel Bermani
                                                         Paisanita Editora
                                                         80 páginas

A Furgón, la nueva novela de Ariel Bermani, se la puede leer en un viaje de ida o de ida y vuelta en un ferrocarril suburbano. Es una novela corta, en la que los pasajeros (los personajes) intentan comprender un recorrido inusual y sorpresivo (en esto se asemejarían a los lectores). Gracias a la impronta de los personajes o, más precisamente, gracias a sus frases y aventuras mínimas, en la novela se puede oír “una voz que trata de comunicar algo a los pasajeros. Algo que no puede comunicar o que comunica sin que nadie lo entienda”, como ocurre con los parlantes de la estación de Banfield cuando el tren se detiene luego de un movimiento imposible. Las historias de esos personajes que coinciden una tarde en un vagón de tren que va de Plaza Constitución al sur del Gran Buenos Aires podrían haber recibido un tratamiento literario diferente del que eligió el autor y del que habitualmente les toca a los personajes situados en la periferia.
Mediante la figura que el viaje en tren ofrece, Bermani crea un elenco de seres también en tránsito, la mayoría de ellos trabajadores (el Polaco es chofer de la Línea 53, la Negra vende cosméticos y ropa interior a domicilio, Rubencito vagabundea por estaciones y casas de familiares), incluidos los vendedores ambulantes: “Cargan grabadores que hacen sonar a todo volumen, o cajas de cartón con golosinas  o bolsos llenos de mercaderías. Desde agendas hasta guías de calles, desde copias truchas de películas nuevas hasta cuchillos, señaladotes, fotocopias de recetas médicas: mi hijito de seis meses necesita un trasplante de riñón, dice alguno”. Entre ellos hay incluso un vendedor de ilusiones y guardas que no pueden bajar del tren: “No se animan. Están condenados a ir de Plaza a Korn y de Plaza a Glew y de Plaza a Ezeiza, toda la vida”.
El acercamiento narrativo está mediado por Ariel, autorretrato cómico del autor (Rubencito le dice: “Tenés cara de pancho pero no parecés pancho”, a lo que Ariel responde: “Será por los anteojos que me ves cara de pancho”). Su personaje actúa como un transmisor de historias ajenas: puede ser la del tic masturbatorio de Cali o sobre la aptitud de la Negra para oír la voz de Dios (una voz finita y suave, “Dios habla como si cantara en voz baja”, dice la alegre viuda de un policía), o la historia de la búsqueda aún sin forma precisa de Marina, todas se despliegan a través del diálogo, el monólogo (un monólogo que presupone la escucha atenta de Ariel) o la invención chistosa. También se filtra su propia historia, que alumbra apenas la imagen del padre (en Furgón hay pocos padres: Marina se peleó con el padre de su hija; en la segunda parte de la nouvelle una mujer da a luz con ayuda de la Negra solamente; como el menú en la casa del padre promete fideos pasados de cocción, Rubencito apenas lo visita).
En el orden de la Línea Roca (Irigoyen, Avellaneda, Gerli…), al principio estricto pero luego azaroso, Bermani apunta los nombres de sus criaturas, episodios sin título en los que suceden demoras, apretujones, conversaciones, un parto, desvíos y, además, una constelación de lecturas. Esta vía intertextual la facilita el propio Ariel cuando menciona un cuento de Juan José Arreola ambientado en un tren que queda varado. Junto con otras obras recientes, como las novelas Convoy, de Esteban Bértola, Brasil, de Paula Brecciaroli, o el relato Parando en todas, de María Laura Frecha, donde las herramientas de la ficción servían para encarrilar recorridos políticos, sociales, íntimos o, como en el caso de Bértola, puramente verbales, Bermani opta por un gesto narrativo clásico: cederles a los personajes un espacio en el que pueden situarse como guías de un itinerario roto, vuelto a componer y todavía útil.
“Tenía la necesidad de contar una historia donde los personajes estuvieran bien –dice el autor de Veneno y El amor es la más barata de las religiones, entre otros títulos–. A pesar del contexto, de la pobreza. Quería que pudieran comunicarse, que se hicieran amigos. En mis libros anteriores no lo pude conseguir, tal vez ahora sí. Hay una comunidad que se arma en el furgón. Eso cuenta la novela. Y también habla de inestabilidad de lo que llamamos realidad. Todo puede pasar. Pero, más allá de eso, este conjunto de personajes le hace frente a las imposibilidades. Me gustó sentir, mientras escribía Furgón, que mis personajes se reconocían entre sí y que, de alguna manera un poco extraña o inesperada, al menos por rato, eran felices.”